08 Nov 2012 – 08 Dic 2012
www.galeriacontrast.com Consell de Cent 281 – 08011 – Barcelona (+34) 934543393
Durante el siglo XIV, en Florencia, se popularizó una peculiar forma de
producción de libros: el Zibaldone o libro
mezcolanza.
Era un códice de papel, generalmente de pequeño o mediano formato, muy
distinto a los grandes folios de los libros de copia o de registro de los
escriptorios, redactado en letra cursiva y totalmente desprovisto del
revestimiento y las ornamentaciones de los ejemplares de lujo. El Zibaldone
contenía una asombrosa variedad de textos devotos, técnicos, documentales o
literarios, extractados y organizados por su dueño sin que parecieran respetar
un orden discernible. Una yuxtaposición
sin sentido aparente de listas de la compra, tasas de cambio de divisas,
recetas de brebajes medicinales, bocetos, miniaturas y citas de poetas clásicos
que retrata a la perfección el desarrollo de la lectura y la escritura en el
mundo secular, fuera del ámbito religioso que las había monopolizado durante
toda la Edad Media.
Básicamente
funcionaban como una caja de herramientas: se recopilaban citas, frases, datos,
dibujos e información de diversa
procedencia (o contexto) para reutilizarla (o re-contextualizarla) en la
elaboración de obras futuras. Un “libro de recuerdos”, lleno de artículos de todo tipo, donde cada libro era único en relación a las experiencias y los
intereses particulares de su creador. Un copiar y pegar
que simbolizaba una nueva manera de relacionarse con la cultura y de construir
el conocimiento como una obra colectiva.
En Inglaterra
se le conoció como Common Places Book o libro de los Lugares Comunes (del
término latín locus communis que
significa “tema de carácter general”) y hacia el siglo XVII era una práctica
muy difundida entre lectores, escritores, estudiantes y académicos como una ayuda para
recordar conceptos útiles o hechos y materias que habían
aprendido. El commonplacing se
enseñaba formalmente a los estudiantes universitarios en instituciones como
Oxford y Harvard y autores como John Milton, Francis Bacon, Coleridge o Mark
Twain lo utilizaban declaradamente como método de trabajo.
Esta práctica fue perdiendo divulgación
con los años aunque se mantuvo como técnica de estudio popular hasta principios
del siglo XX. El creciente desarrollo de
los procesos de imprenta y reproducción de textos e imágenes y el acceso cada vez
mayor a la información acabó por convertirla en un procedimiento innecesario y
obsoleto.
Sin embargo resulta llamativo el
mecanismo de apropiación que suponía. Ese acto de elección totalmente
subjetivo, mediante el cual su autor seleccionaba estractos de información y lo
organizaba dentro de un nuevo contexto común. Rastros que hablan de las
preocupaciones e intereses de los hombres de una época, pero que contemplados
en su nuevo conjunto también pueden ofrecernos pistas sobre la vida y las
inquietudes privadas de su creador.
A mi me ocurre algo parecido con
las imágenes. En este presente saturado de ellas, de vez en cuando aparece
alguna que ejerce un poderoso e inexplicable poder sobre mi atención y mi
ánimo. La mayoría de las veces no puedo determinar con claridad la causa de ese
magnetismo, pero lo cierto es que se transforma en una urgencia ineludible y en
la necesidad de apropiarme de ella. Creo que en ese momento la imagen empieza a
existir de manera diferente en mi interior y a formar parte de esa secreta
configuración de ideas y de sensaciones, de recuerdos y de emociones que
constituye la densa e intangible trama de nuestra experiencia íntima. La vida
privada de las imágenes que sirve para explicarnos aquello que a menudo resulta
tan complicado de expresar verbalmente, mediante el frondoso lenguaje de
símbolos en el que habitan los lugares comunes.
Al fin y al cabo no es algo que
debiera sorprenderme, todo el mundo sabe que una imagen vale más que mil palabras.
Galería Contrast
El Héroe (2012) Óleo sobre tela, 100 x 100 cm.
Remembering Malcolm (2012) Óleo sobre tela, 100 x 100 cm.
Viernes 3 a.m. (2012) Óleo sobre tela, 100 x 100 cm.