Me gusta entender la pintura como un instrumento de evocación. Una suerte de pasadizo secreto capaz de conectarnos con imágenes, sensaciones y experiencias almacenadas y ocultas por mucho tiempo en nuestra memoria. Una conexión involuntaria que se inicia en algún lugar de la superficie del cuadro, siempre de forma diferente para cada diferente espectador, y que se va adentrando por el cause de los sentidos desplegando un nutrido desfile de imágenes, símbolos y asociaciones, hasta erigir complejas configuraciones que completan y muchas veces trascienden aquello que el pintor buscaba representar.
Me interesa especialmente ese mecanismo de interiorización que se opera en el espectador, pues creo que es en ese momento cuando el solitario ejercicio de la creación pictórica cobra sentido. El territorio de la pintura como lugar de encuentro y de transferencia. Desde una intimidad a otra en el silencio de esos mundos que nunca se mueven.
Barcelona, otoño de 2010
Jardín 13 (La Intranquilidad) 2010, Óleo s/tela 46 x 55 cm.

Jardín 12 (El Héroe) 2010, Óleo s/tela 46 x 55 cm.






